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jueves, diciembre 10th, 2020

La moda y los dibujos de Joan Cardona, una representación del tiempo

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El siglo xix imprimió en la historia general un cambio de ritmo de los acontecimientos. Los avances tecnológicos y la mejora en las comunicaciones aceleraron la velocidad de los cambios y de los hechos, en un proceso imparable. Este nuevo ritmo histórico se vio reflejado en las formas de vestir, en la moda, en la imagen personal y en una nueva manera de consumir, espoleada por el deseo de la novedad. A finales de siglo, y sobre todo en los últimos años del siglo xix y en los primeros del xx, estos cambios se hicieron especialmente visibles. A menudo, sin embargo, la historia es menos exacta de lo que nos gustaría a los historiadores, y los grandes cambios no suceden en fechas clave, de manera intensiva y puntual, sino que más bien se desarrollan, de manera casi inevitable, a lo largo de períodos de menor o mayor duración. En el ámbito de la moda, el relato histórico es especialmente impreciso. Se trata de una evolución lenta, de cambio constante, arraigada a factores tan poco objetivos como el gusto y a adjetivos tan vagos como démodé. El año 1900, por tanto, no fue determinante a la hora de concebir las formas de vestir a la moda, pero en cambio se puede considerar que el advenimiento de un nuevo siglo exigió, en cierto modo, que la aspirada modernidad se hiciera tangible en el vestido. Así, en el vestido de la década de 1890 y en el traje de los primeros años del siglo xx encontramos un cambio en las formas, en los recursos estéticos, en el tipo de decoración e, incluso, en la silueta y la posición corporal femeninas. El traje femenino entre 1890 y 1900 era historicista y de marcada verticalidad. El patronaje, heredero todavía de las décadas anteriores, marcaba unos volúmenes definidos: el cuerpo, las mangas, el cuello y la falda. En cambio, el traje correspondiente a los primeros años del siglo xx seguía una línea más orgánica. Las distintas partes del traje se hacían más confusas y se definió una nueva silueta: el busto se avanzaba con respecto a las caderas y la imagen femenina devenía más ligera, más vibrante y más sensual.

La contraposición entre el vestido moderno y el vestido popular está bien reflejada en este dibujo de Cardona. En un ambiente urbano encontramos a dos figuras confrontadas: la mujer joven, vestida a la moda, y la señora mayor, que representa a la clase trabajadora.
La contraposición entre el vestido moderno y el vestido popular está bien reflejada en este dibujo de Cardona.
En un ambiente urbano encontramos a dos figuras confrontadas: la mujer joven, vestida a la moda, y la señora mayor, que representa a la clase trabajadora.

La novedad, la aspiración de la moda

El gran cartelista francés George Meunier explicó en este croquis el cambio que sufrió la silueta femenina entre 1900 y 1910.
El gran cartelista francés George Meunier explicó en este croquis el cambio que sufrió la silueta femenina entre 1900 y 1910.

La moda es posiblemente una carrera eterna para alcanzar la novedad, a la vez que asume su caducidad. Las postrimerías del siglo xix hicieron de esta aspiración un motor para el consumo, que se vio reflejado en nuevas formas comerciales. Objetos de todo tipo fueron presa de las nuevas corrientes consumistas y se convirtieron en oráculos de la novedad. La imagen personal no solo no escapó de la fiebre de la novedad, sino que fue uno de los aspectos en los que más creció el interés: el vestido, los complementos, el peinado y los espacios donde poder mostrarse ocuparon (¿se convirtieron en?) parte de las preocupaciones de las clases más elevadas, pero también de una creciente clase media. Los nuevos espacios de ocio requerían una imagen cuidada, a través de la cual se pudiera comunicar el éxito personal o familiar: «Había, a veces, entradas sensacionales que despertaban murmullos y comentarios en voz baja: “Debe ser de Joana Valls”, “No, creo que ahora la viste la Verderaux…”». París era el centro de la novedad. De allí salían las propuestas que las revistas de moda difundían y allí iban a comprar todos aquellos que podían permitirse el lujo de consumir la moda francesa.


París, la ciudad espejo

No es ninguna novedad afirmar que París era el centro de moda. Todo lo que oliera a parisino se bañaba de una aura atractiva, de modernidad, de novedad y de clase. El chic parisien era el ingrediente necesario para rematar cualquier opción indumentaria. Asimismo, se empleaba a menudo un vocabulario muy afrancesado para demostrar que se estaba mínimamente al día de lo que estaba en boga. De hecho, de París no solo salían las tendencias de las que se hacían eco las revistas de modas, las cuales, dicho sea de paso, tenían como único destinatario al público femenino. De la capital francesa salió también un nuevo paradigma del lujo: el de la marca.

El uso de la falda-pantalón, que provocaba el escándalo entre las voces más tradicionalistas, no se popularizó. Tan solo las mujeres más atrevidas se paseaban vestidas con esta pieza, que dejaba totalmente descubiertos los pies y parte del tobillo.
El uso de la falda-pantalón, que provocaba el escándalo entre las voces más tradicionalistas, no se popularizó. Tan solo las mujeres más atrevidas se paseaban vestidas con esta pieza, que dejaba totalmente descubiertos los pies y parte del tobillo.

Algunos de los primeros grandes nombres vinculados a la creación de moda, como Charles Frederick Worth, que en 1868 se estableció en la rue de la Paix o, más tarde, Jacques Doucet, sentaron las bases de lo que sería la alta costura: una confección a medida, de lujo, eminentemente francesa y obra de un creador, a menudo considerado un artista, que daba a las prendas un valor nuevo, simbólico, como era su nombre. Poder vestir una de las prendas de estos creadores era un privilegio reservado solo a un sector determinado. La nobleza y la alta burguesía internacionales desfilaban por los grandes bulevares franceses para adquirir modelos nuevos de cada temporada. Las revistas de moda eran también un medio para conocer las tendencias de vestir parisinas. Fue a mediados del siglo xix cuando se popularizaron y entre finales del siglo xix y principios del xx el número de títulos se había multiplicado. Cardona, como también haría Xavier Gosé, publicó muchos figurines en revistas de modas, a través de las cuales llegaban a toda Europa las novedades en el vestir y, también, algunas de las opciones más modernas y rompedoras, como el uso de los pantalones femeninos (una reivindicación iniciada hacia 1860 y que no cuajó hasta bien entrado el siglo xx).

Tenemos un buen ejemplo en uno de los dibujos que Cardona realiza para la revista Elegancias, donde se puede ver a una señora que avanza con paso firme, vestida con una levita larga por debajo de la cual se ve una falda-pantalón. Aquellas revistas no eran solo un medio de comunicación o una vía de difusión de la moda, con el tiempo se convirtieron, también, en un muestrario de la expresión artística del momento, ya que recogen obras de grandes artistas: dibujantes primero y fotógrafos después. Algunas de estas revistas, como Vogue, cuyo primer número apareció el 17 de diciembre de 1892, se siguen publicando hoy en día.


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